miércoles, 23 de noviembre de 2005

La etapa más larga y más fecunda de una España en paz siempre llevará el nombre de Don Juan Carlos

Antonio Casado
El Confidencial

Cumpleaños feliz. Ayer noche, en Tenerife, nueva dosis de afecto a Don Juan Carlos y Doña Sofía en el concierto conmemorativo de los treinta años de reinado.

Zarzuela atribuye a los avatares de la agenda su presencia en las Islas Canarias cuando se cumplía el aniversario. Estoy por poner en duda que sea casual un viaje de los Reyes en fecha tan señalada a esta parte del corazón de España, tan cerca además de aquella antigua provincia española, el Sahara Occidental, que en mala hora, hace treinta años, España abandonó de aquella manera.

Dicho sea de paso, antes de constatar que, afortunadamente, la evocación de los 30 años con el Rey nos motiva más que los 30 años sin Franco.

Me refiero a la repercusión conmemorativa de lo uno y de lo otro. Buen síntoma. Entre la España sórdida de una dictadura apuntalada por Estados Unidos y la España moderna, democrática y abierta al mundo de Don Juan Carlos no hay color.

Y no fue fácil, como muy bien sabe el Rey. Como muy bien saben los españoles que vivieron con la respiración contenida aquel relevo del 22 de noviembre de 1975, cuando la voz campanuda de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, una especie de regente con Franco aún de cuerpo presente, comunicaba "a la Nación española" que Don Juan Carlos de Borbón quedaba proclamado Rey de España.

Un minuto antes, con la mirada fija en los Evangelios, había jurado por Dios "cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional". De hecho, con aquella solemnidad se estaba dando cumplimiento al artículo séptimo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado.

Aquel juramento y aquellas formalidades, preceptivas, necesarias y coherentes con la legislación franquista, fueron decisivas para que las puertas del Régimen se pudieran abrir por dentro, por las buenas, sin que tuvieran que echarlas abajo, por las malas, quienes desde fuera llevaban treinta y cinco años esperando este momento.

Esa fue la apuesta de Don Juan Carlos. Y por eso siempre llevará su nombre este periodo de la Historia de España, el más largo y el más fecundo que los españoles han vivido en paz.

Ayer, en Tenerife, una reportera le preguntó al paso por lo que, a su juicio, había sido lo mejor de estos treinta años. "Los españoles", respondió sin dudar. No fue un gesto de humildad sino de lucidez.

Como cuando a los españoles les preguntan por el papel del Rey en la feliz recuperación de la democracia, apenas tres años después de la muerte de Franco. Coincidencia general a la hora de calificarlo "clave" o "decisivo". Por tanto, no es casual que, a lo largo de estos treintaaños, la Monarquía Parlamentaria que personaliza Don Juan Carlos sea la institución mejor valorada por los ciudadanos.

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