Ramón Pérez Maura
ABC
Cuando murió Diana de Gales el 31 de agosto de 1997 no fueron pocos los que dieron por finiquitada con ella la Monarquía británica. Trece años después parece claro que con su muerte -propia de una pobre niña rica dispuesta a disfrutar de todos los privilegios que le daba su matrimonio, mas rebelde contra todas las ataduras que ese vínculo forzaba- se cerró una etapa que fue extremadamente dañina para la institución monárquica. Como reza el último verso del soneto de Cervantes ante el túmulo de Felipe II en Sevilla, “fuese y no hubo nada”. El anuncio de la boda de su hijo primogénito, que por la sangre de su padre es segundo en la línea de sucesión a la corona británica, puede contribuir a revivir el apagado recuerdo de la que Elton John bautizó como la Rosa de Inglaterra.
El Príncipe Guillermo de Inglaterra ha sido educado para ser un día Rey en los cinco continentes –en su condición de Rey de Inglaterra y cabeza de la Commonwealth será Soberano, entre otros países, de Canadá o de Australia. Sabe bien, por haberlo sufrido más que nadie, lo que supuso el erróneo matrimonio de sus padres. Para él como hijo y para la institución a la que está llamado a servir. El reto de su matrimonio no es sólo el de ser capaz de formar una familia unida –que ya es mucho- sino el de demostrar que con las lecciones aprendidas en su propia casa ha sido capaz de escoger a la mujer adecuada para ser Reina de Inglaterra.
Si se mantienen las disposiciones vigentes, Kate Middleton sucederá a Isabel II en el tratamiento de Reina de Inglaterra, aunque no en la plenitud del título. Isabel Il es reina titular y Kate lo será como consorte. Y si se cumplen las previsiones sucesorias, la Duquesa de Cornualles, mujer del Príncipe de Gales, no ostentará el título de Reina como tampoco ha querido emplear el de Princesa de Gales como muestra de respeto a la difunta Diana. Claro que, cuando murió Diana eran muchos los que decían que Carlos no podría casarse nunca con Camilla. Pero su matrimonio en 2005 no fue nada controvertido y contribuyó a consolidar la imagen pública del heredero. Quién sabe. Es posible que las razones que llevaron a anunciar entonces que la nueva Duquesa de Cornualles no ostentaría nunca el título de Reina de Inglaterra puedan considerarse hoy caducas.
En todo caso los Windsor abren hoy una nueva etapa. Décadas de la dinastía sobreexpuesta a los medios de comunicación plantean la difícil cuestión del papel que los británicos esperan de su Monarquía. Pero, sobre todo, demuestra el valor de la señorita Middleton. Diana intentó servirse de los medios de comunicación y acabó muriendo mientras huía de ellos. Una triste metáfora de su vida. Y para estar dispuesto a enfrentarse a ese acoso mediático el resto de su vida hay que estar muy enamorado y tener mucha vocación de servicio. Si no, no hay nada que compense lo que espera a quien no ha sido preparado para lo que ahora tiene por delante.
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Cuando murió Diana de Gales el 31 de agosto de 1997 no fueron pocos los que dieron por finiquitada con ella la Monarquía británica. Trece años después parece claro que con su muerte -propia de una pobre niña rica dispuesta a disfrutar de todos los privilegios que le daba su matrimonio, mas rebelde contra todas las ataduras que ese vínculo forzaba- se cerró una etapa que fue extremadamente dañina para la institución monárquica. Como reza el último verso del soneto de Cervantes ante el túmulo de Felipe II en Sevilla, “fuese y no hubo nada”. El anuncio de la boda de su hijo primogénito, que por la sangre de su padre es segundo en la línea de sucesión a la corona británica, puede contribuir a revivir el apagado recuerdo de la que Elton John bautizó como la Rosa de Inglaterra.
El Príncipe Guillermo de Inglaterra ha sido educado para ser un día Rey en los cinco continentes –en su condición de Rey de Inglaterra y cabeza de la Commonwealth será Soberano, entre otros países, de Canadá o de Australia. Sabe bien, por haberlo sufrido más que nadie, lo que supuso el erróneo matrimonio de sus padres. Para él como hijo y para la institución a la que está llamado a servir. El reto de su matrimonio no es sólo el de ser capaz de formar una familia unida –que ya es mucho- sino el de demostrar que con las lecciones aprendidas en su propia casa ha sido capaz de escoger a la mujer adecuada para ser Reina de Inglaterra.
Si se mantienen las disposiciones vigentes, Kate Middleton sucederá a Isabel II en el tratamiento de Reina de Inglaterra, aunque no en la plenitud del título. Isabel Il es reina titular y Kate lo será como consorte. Y si se cumplen las previsiones sucesorias, la Duquesa de Cornualles, mujer del Príncipe de Gales, no ostentará el título de Reina como tampoco ha querido emplear el de Princesa de Gales como muestra de respeto a la difunta Diana. Claro que, cuando murió Diana eran muchos los que decían que Carlos no podría casarse nunca con Camilla. Pero su matrimonio en 2005 no fue nada controvertido y contribuyó a consolidar la imagen pública del heredero. Quién sabe. Es posible que las razones que llevaron a anunciar entonces que la nueva Duquesa de Cornualles no ostentaría nunca el título de Reina de Inglaterra puedan considerarse hoy caducas.
En todo caso los Windsor abren hoy una nueva etapa. Décadas de la dinastía sobreexpuesta a los medios de comunicación plantean la difícil cuestión del papel que los británicos esperan de su Monarquía. Pero, sobre todo, demuestra el valor de la señorita Middleton. Diana intentó servirse de los medios de comunicación y acabó muriendo mientras huía de ellos. Una triste metáfora de su vida. Y para estar dispuesto a enfrentarse a ese acoso mediático el resto de su vida hay que estar muy enamorado y tener mucha vocación de servicio. Si no, no hay nada que compense lo que espera a quien no ha sido preparado para lo que ahora tiene por delante.
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