miércoles, 19 de junio de 2019

V Aniversario Proclamación del Rey Don Felipe VI

Con motivo del V Aniversario de la Proclamación de Don Felipe VI como Rey de España, se han publicado numerosos artículos valorando estos años de reinado.

A continuación recogemos una pequeña recopilación.

Dibujo de Nieto en ABC:


El reinado en imágenes (Galería de fotos en ABC)

Un Rey a la altura de España

" El compromiso de Don Felipe con las inquietudes y preocupaciones de todos los españoles es innegable. Es un magnífico gestor de equilibrios institucionales, y está plenamente involucrado con nuestros derechos sociales y libertades públicas, con los avances científicos, la solidaridad internacional, los éxitos deportivos, el sostenimiento de tradiciones, el fomento de la cultura y la mejora del medioambiente. Además, encarna la mejor imagen de España como su primer embajador, como máximo responsable de nuestras Fuerzas Armadas, y como padre y marido ejemplar para garantizar el futuro de la Corona."

La forja de un Rey ejemplar

" Cuando Felipe de Borbón subió el trono, hace ahora cinco años, quizá no imaginaba la clase de desafío al que tendría que enfrentarse. O quizá sí. Lo cierto es que heredó el peso de la Corona en un momento delicado de la más alta magistratura del Estado, con la popularidad muy dañada por los escándalos que salpicaron el último tramo del reinado de su padre. Sin embargo, desde su mismo discurso de proclamación asumió la ejemplaridad como norte de su desempeño institucional, y un lustro después el consenso es unánime: Felipe VI se ha conducido hasta la fecha como un jefe de Estado impecable. Hasta el punto de que, en no pocos trances, la clase política española aparecía inmadura e irrelevante por comparación."








martes, 18 de junio de 2019

Un rey de España en Windsor

Ignacio Peyró
ABC

Si 1992 fue un año para el optimismo español, en Gran Bretaña iba a quedar -son palabras de Isabel II- como un «annus horribilis»: cuando un país celebraba la Exposición Universal y los Juegos Olímpicos, el otro sufría el Miércoles N egro de la libra esterlina o el descrédito sin vuelta atrás del partido en el poder. Para afirmar que no recordaría el 92 «con placer rebosante», la Reina tenía, sin embargo, motivos más inmediatos que el abandono del sistema cambiario europeo: los matrimonios de sus hijos y su hermana estaban rotos o por romperse, los escándalos se sucedían, la familia zozobraba. Un día de noviembre vino el último trallazo sentimental: se declaraba un incendio en el castillo de Windsor, lugar de la legitimidad y de la memoria, importante para los reyes de Inglaterra desde los tiempos -hace casi mil años- de Guillermo el Conquistador. Allí lloró su pena Jorge III, allí se desató el dandismo de Jorge IV, allí permaneció intacto, por orden de la reina Victoria, el cuarto azul en el que murió su consorte Alberto.

En fin, cuando la dinastía tuvo que cambiar de nombre, en el momento germanófobo de la Gran Guerra, nadie soñó con Buckingham o Sandringham o Balmoral: tenía que ser Windsor. Pero si Windsor ha sido el palacio de las ocasiones de pompa y circunstancia, de las fiestas, de las bodas en la capilla de San Jorge, para la Reina tiene una cercanía muy propia: es el lugar donde pasó los bombardeos alemanes durante la guerra; donde ha enterrado a sus padres y ha casado a sus nietos. Es también la casa de los afectos, por tanto. Y allí recibe hoy a Felipe VI, el Rey de España. Desde los tiempos de Catalina de Aragón, tan querida aún por los británicos, o de un Felipe II que se esforzó en chapurrear el inglés y beber la cerveza local, estas visitas ni son rutina ni dejan de tener su sentido y su emoción. De nuevo es así: si de afectos hablamos, la Orden de la Jarretera es el mayor de todos los honores que puede conceder la Reina de Inglaterra.

Con sus vistosos desfiles por San Jorge y un uniforme de tanta bizarría como incomodidad -hasta la propia Isabel II llegó a quejarse-, los ceremoniales de la Jarretera parecen hablarnos de esa «fuerza natural» que, según el anglófilo Morand, entronca a los británicos con su pasado. Nuestro Moratín, en el XIX, no deja de pasmarse de las sofisticaciones que alcanza en las islas «la ciencia del blasón». Más allá de estos «jeroglíficos góticos», cuando Isabel II y Felipe VI se encuentren, no estará de más repasar aquella vieja frase de Walter Bagehot, gran politólogo victoriano, según la cual la monarquía endulza la política con la justa adición de acontecimientos hermosos. Las liturgias de la Jarretera serán, en efecto, una de esas ocasiones en que la Corona no se mantiene «escondida como un misterio», sino que se pasea «como un desfile». En su discurso sobre el «annus horribilis», Isabel II supo que la institución monárquica «no debe pensarse libre del escrutinio de los que la apoyan, y menos aún de los que no lo hacen». Dicho de otro modo, ha de asegurar ese «valor incalculable» que, en términos de representación y reputación, confiere al Estado el «uso digno» de la Corona. Ahí, el posado conjunto en Windsor no constituye tan sólo un potente mensaje para ambos países en términos de imagen. La propia diferencia de edad -Isabel II llevaba tres lustros de reinado al nacer Felipe VI- abona esa magia inteligible que, incluso en tiempos poco dados a la deferencia, aún parece conservar la monarquía. Ese es un rasgo con calado en las opiniones públicas, y responsable de un fenómeno «que suele escapar a los estudiosos de la filosofía política»: el «afecto» que une a tantas personas con los reyes. En pleno proceso del Brexit, el «encantamiento místico» que observa Bagehot en la Corona volverá a ser operativo a la hora de simbolizar el encuentro de dos pueblos. Como adivinó el eminente victoriano, si la monarquía es «la luz por encima de la política», es -entre otras cosas- porque a veces llega donde la política habitual no es capaz de llegar.

A cinco años de su proclamación y dos de su visita de Estado, en plena coyuntura de Brexit, ¿qué Reino Unido se encuentra Felipe VI? Alegra pensar que, seguramente, un Reino Unido más hispanófilo que nunca. Así podemos comprobarlo en los Institutos Cervantes de Mánchester, Leeds y Londres, cuya biblioteca fue inaugurada por la Reina Sofía. Tras la gran retrospectiva de Murillo, la National Gallery dedica a Sorolla la mayor exposición -inaugurada a su vez por la Reina Letizia- de la temporada; Kelsey Grammer acaba de terminar su cabalgada con El hombre de la Mancha en Covent Garden. Nuestros mejores restauradores saben triunfar en una plaza tan exigente como es la inglesa, y con nuestros restauradores viene nuestro producto de la mano. La subfacultad de español de Oxford, como contaba hace pocas semanas ABC Cultural, cumple cincuenta años, y hasta el British Council, repetidamente, ha calificado al español de «lengua del futuro» para los británicos.

Lo español y el español, sin embargo, importa decirlo, no son sólo una moda. Han pasado quinientos años desde el viaje de Elcano, cuando -por citar la frase, tan hermosa, de Belisario Betancur- «la tierra fue redonda primero en español». En un país acostumbrado a pensar el mundo como es el Reino Unido, el interés por la Hispanoesfera es un interés natural: como las naciones de habla inglesa, constituye también un polo global, con 750 millones de personas que, hacia el año 2050, estarán creando, investigando y comerciando en español. Las casas reales tienen entre sí sus tradiciones, cortesías y relaciones de familia. Pero tras ese «encantamiento místico» de la visita, lo que importa señalar es que esta es una realidad que se intuye en la calle, se computa en las torres administrativas de Whitehall y, desde luego, se conoce a la perfección entre Buckingham y Windsor.

lunes, 17 de junio de 2019

El Rey, investido caballero de la Orden de la Jarretera


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ABC

La Reina de Inglaterra ha investido este lunes al Rey de España caballero de la Orden de la Jarretera en una ceremonia de pompa y circunstancia que se ha celebrado en el Castillo de Windsor y la Capilla de San Jorge en la que también ha sido investido el Rey de los Países Bajos y que ha reunido a la mayoría de los miembros de la Familia Real británica. En un semisoleado día británico, Don Felipe recibió los atributos de la Jarretera, una orden tan antigua y prestigiosa como el Toisón de Oro español. La primera parte de la ceremonia se ha celebrado a puerta cerrada y la Casa del Rey no ha podido confirmar si Don Felipe ha recibido, entre los demás atributos de la orden, la singular liga que simboliza esta condecoración. Tan singular es este símbolo que en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial hay un retrato de Felipe II con la famosa liga de la Jarretera.

La ceremonia, que empezó a las doce del mediodía, transcurrió en dos actos. Primero se celebró la investidura en el Salón del Trono del Castillo de Windsor, donde la Reina presidió el capítulo de la orden como Soberana de la misma. Isabel II, vestida con la larga capa de la Jarretera y cubierta con el sombrero de terciopelo negro con pluma de avestruz, presidió una ceremonia en la que los caballeros y las damas de la orden y el resto de los invitados se sentaron en los laterales del salón formando dos largas filas. Los asientos más próximos a Isabel II los ocuparon los Reyes Felipe y Guillermo Alejandro.

Durante la ceremonia, el Monarca español, que lucía un chaqué, fue llamado a colocarse ante la Reina para recibir los atributos de la Jarretera. Según la leyenda, el origen de esta condecoración, creada en 1348 para reconocer el valor y la lealtad, se debe a que el Rey Eduardo III estaba bailando con la condesa de Salisbury, cuando a esta dama se le cayó una liga azul y, para evitar que ella se avergonzara, el Monarca la recogió del suelo y se la puso. Por ello, el lema de la orden es: «Honi Soi Qui Mal y Pense» (averguéncese quien tenga un mal pensamiento).