Hace 70 años, en una habitación del Gran Hotel de Roma, el Rey Alfonso XIII agonizaba rodeado de su familia a 1.300 kilómetros de su patria. La última noche de su vida la había pasado bastante tranquila, hasta el punto de que los médicos creyeron apreciar una ligera mejoría. Su esposa, la Reina Victoria Eugenia, que había viajado desde Lausana para estar a su lado en el trance, y sus hijos se disponían a salir. Tenían previsto asistir a los funerales del marqués de las Torres de Mendoza, secretario del Rey, que había fallecido recientemente.
Eran las diez y media de la mañana y, de repente, Alfonso XIII sufrió un ataque cardiaco. Avisado el doctor Frugoni, le administró dos inyecciones de adrenalina, pero el Rey no se recuperó, y el médico pidió a la familia que pasara a la habitación. El padre López dio la Extremaunción y el Santo Viático al Rey moribundo, que conservó la lucidez hasta el final. Sólo tenía 55 años, pero parecía que había vivido mucho más.
Nacido Rey como Heredero póstumo de Alfonso XII, en plena adolescencia (17 años) accedió al Trono de una nación que atravesaba uno de los periodos más turbulentos de su historia. Llama la atención, por lo acertado de la premonición, lo que aquel joven Rey escribió en su diario en 1902: «En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma importancia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la Monarquía borbónica o la República... Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero, al mismo tiempo, regenerar a la Patria...» Y esa fue su meta durante 28 años, en los que en España se sucedían los acontecimientos a un ritmo trepidante: la Semana Trágica, los asesinatos de Canalejas y de Dato, la huelga revolucionaria de 1917, la guerra de Marruecos, la Dictadura, tres atentados contra su persona (uno el día de su boda)...
Sin «el amor de mi pueblo»
Es posible que el Rey recordara en su lecho de muerte su vida en España, de donde partió la noche del 14 al 15 de abril de 1931, después de que se proclamara la República de una forma peculiar: por la vía de hecho, sin ningún mandato popular. En las elecciones municipales del 12 de abril los monárquicos obtuvieron un mayor número de concejales que los republicanos, pero éstos triunfaron en 41 de las 50 capitales de provincia, y el Rey lo interpretó como un fracaso. «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo», manifestó Alfonso XIII en un mensaje de despedida que sólo ABC publicó al día siguiente. «Quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil», agregó antes de partir al exilio.
Pero la salida del Rey no contuvo la ola de violencia que se estaba extendiendo por España. Por el contrario, el nuevo Gobierno provisional alentó el anticlericalismo y la violencia contra los monárquicos, y el 11 de mayo, en un solo día, se quemaron seis iglesias en Madrid y 18 centros católicos en el resto de España. En ese clima de confrontación, el 28 de junio se celebraron unas elecciones que dieron un triunfo rotundo a la Conjunción republicano-socialista. Cinco años después, Alfonso XIII contemplaba desde el exilio cómo se desangraba España en una guerra civil que él había tratado de evitar.
Poco antes de que el Rey expirara, su hijo, Don Juan de Borbón, en quien había abdicado el 15 de enero de 1941, le había jurado que no descansaría hasta que sus restos reposaran para siempre en su patria, en el Monasterio de El Escorial, que su antepasado, Felipe II, había mandado construir para cumplir, también, un encargo de su padre, Carlos I: crear un Panteón para la Dinastía. Pero aún tuvieron que pasar 39 años y muchos acontecimientos para que el Conde de Barcelona pudiera cumplir el mandato paterno.
«Majestad, misión cumplida»
Durante ese tiempo, Alfonso XIII descansó en la capilla de San Diego de Alcalá, en el templo español de Santiago y Montserrat, en Roma. Casi cuarenta años después, con el cáncer enroscado a la garganta y la fiebre de 40 grados quemándole los ojos, Don Juan entregó los restos mortales de su padre al prior del Monasterio de El Escorial, tras pedir la venia a su hijo, el Rey Don Juan Carlos. Alfonso XIII había regresado a España por el mismo camino por el que había partido hacia el exilio, desde el puerto de Cartagena. En el monasterio Don Juan se cuadró ante su hijo y le dijo: «Majestad, misión cumplida».
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