Rosa Díez
La ex diputada pide amparo a Felipe VI frente a quienes intentan destruir la democracia
Majestad,
En este momento solo tengo un carné, el más preciado de todos los que he tenido: el de ciudadana del Reino de España.
Soy hija de socialistas republicanos, ambos militantes de las Juventudes Socialistas en Santander (así se llamaba Cantabria) cuando estalló la Guerra Civil.
Mi padre fue apresado unos meses antes de acabar la guerra y estuvo confinado en un campo de concentración hasta que finalizó, momento en el que fue trasladado a la cárcel de Larrínaga (Bilbao), donde pasó largos años de prisión tras conmutarle la pena de muerte a la que había sido condenado.
Mi madre lo siguió cuando fue trasladado a la cárcel de Larrínaga. Y paró en un pueblo a 15 kilómetros de Bilbao en el que encontró trabajo en una fábrica que hacía sacos de yute. Allí esperó a que saliera mi padre de la cárcel, allí se quedaron a vivir, allí nacimos mis dos hermanos y yo, allí están enterrados mis padres, allí hemos criado a nuestros hijos.
Mi padre nos habló mucho a mis dos hermanos mayores y a mí de la guerra, de lo que pasaron, de lo que sufrieron, de lo que perdieron... Aprendimos con él la importancia de la amistad, de la protección entre distintos; aprendimos que hay gente buena y mala en todos los lugares, en todos los bandos. Mi padre nunca quiso ganar la guerra con efectos retroactivos; él nos contaba su historia, siempre lo decía, para que ésta no se repitiera en nosotros, sus hijos.
Como le decía, mi padre era socialista y republicano. Se enroló desde el primer momento -a pesar de que acababa de casarse- para defender la República. Pero no fue al frente a defender la República sólo, ni principalmente, porque él era republicano sino porque la República era el orden legalmente constituido y defender la República era, por tanto, defender la democracia.
Sin que las situaciones sean ni mucho menos homologables, usted sabe que durante muchos años ha habido muchos españoles que en el País Vasco han arriesgado su seguridad y hasta su vida -sobre todo nuestros escudos, que venían de otros lugares de España para protegernos- para proteger esa Constitución que en 1978 nos hizo ciudadanos a todos los españoles y proclamó que la forma política del Estado español es la Monarquía Parlamentaria.
Nunca le preguntamos a quien caminaba a nuestro lado frente al totalitarismo etarra si era de derechas o de izquierdas, si era liberal o radical, si era monárquico o republicano. Éramos todos ciudadanos, defendíamos nuestros derechos, nuestras libertades, las que la Constitución proclama y las que la leyes han de tutelar de forma efectiva.
Le escribo esta carta porque quiero pedir la protección del jefe del Estado en un momento en el que observo que hay personas dispuestas a aprovechar esta grave situación que atraviesa España para cuestionar lo más sagrado que recoge nuestra Constitución: la libertad y la igualdad, en todos sus extremos y de todos los españoles.
Le escribo esta carta porque quiero llamar su atención sobre el riesgo de que el sistema del 78 sea una víctima más de la pandemia; no será con menos democracia, con menos libertades, anulando la separación de poderes, con menos igualdad... como saldremos de la triple crisis en la que está inmersa España.
Le escribo esta carta porque soy hija de un republicano del que aprendí que lo primero es la democracia y después todo lo demás; le escribo para decirle que aunque las circunstancias son otras, mi compromiso de defender el orden constitucional y la democracia -puesto en práctica durante muchos años en tierra hostil- no ha cambiado ni un ápice. Le escribo esta carta porque quiero pedirle que no escatime esfuerzos dentro de sus competencias constitucionales para defender el orden constitucional. Y, finalmente, le escribo para asegurarle que no entiendo otra manera de defender la ciudadanía y la Constitución que mostrar lealtad a la figura del jefe del Estado, o sea, a usted. Es la que yo le expreso.
Sin otro particular, reciba un cordial saludo.