lunes, 22 de agosto de 2005

Artículos sobre el Papa

Este fin de semana Benedicto XVI ha cogido el testigo de su antecesor Juan Pablo II en el cariño de los jóvenes que lo han aclamado en las XX Jornadas Mundiales de la Juventud. Una demostración de la fortaleza de la Iglesia Católica y el poder de convocatoria de Benedicto XVI, sucesor de Pedro.

Como dicen los cánticos en multitud de idiomas: “Esta es la juventud del Papa”. Son jóvenes llegados de todo el mundo, comprometidos con la sociedad, con amor por la vida, con ánimo de ver más allá de lo cotidiano.

Lecciones papales

ABC


LA visita de Benedicto XVI a Colonia ha sido una constante lección de ejemplaridad y ha servido para terminar con los recelos y los juicios apriorísticos con los que fue recibido por determinados sectores -curiosamente los que muestran más desafecto a la Iglesia- cuando accedió a la silla de Pedro. Su primer baño de multitudes ha descubierto un hombre dispuesto a ejercer el liderazgo de una Iglesia que afronta su tercer milenio de historia en medio de infinidad de dificultades y retos. El primero, y más acuciante, es poner freno a la espiral de violencia protagonizada por el terrorismo islamista. Su utilización de la fe en su lucha contra Occidente coloca a la Humanidad en el disparadero planetario de una posible confrontación que hiciera reverdecer la terrible experiencia de las guerras de religión vividas por Europa algunos siglos atrás. En este sentido, las palabras de Benedicto XVI a los imanes musulmanes en Alemania han sido valientes, ya que les ha dicho que el Islam no puede ser tolerante con la violencia ni alojar en su seno corrientes de fe que estimulen el totalitarismo.

Merece destacarse, también, su crítica al antisemitismo, porque crece nuevamente en el solar de un continente que hace apenas unas décadas condujo a millones de judíos a las cámaras de gas, poniendo así de manifiesto que, por un lado, la memoria es más endeble de lo que algunos suponen y, por otro, que las fuentes inconscientes que alimentaron el horror del nazismo no han sido del todo erradicadas.

Pero también supone un reto la creciente erosión de la espiritualidad y el sentido de trascendencia que vive en su seno Occidente. Aquí, el mensaje dirigido a los jóvenes ha sido determinante ya que los ha hecho portadores de una responsabilidad histórica: evitar que vivan la fe como un producto de consumo más ya que, de hacerlo así, extinguirían definitivamente las escasas reservas morales y éticas que aún subsisten en nuestra civilización occidental. Y para ello pidió un mayor compromiso de la juventud, compatible con el mero mantenimiento de los ritos. Sobre todo porque son ellos quienes asumirán la tarea de gestionar el futuro, eludiendo la arquitectura amoral, hedonista, utilitaria y materialista en la que ha desembocado nuestra civilización iniciado el siglo XXI.

El mensaje del Papa

LA VANGUARDIA

Un millón de jóvenes participaron el domingo cerca de Colonia en la primera gran misa multitudinaria de Benedicto XVI desde su elección el pasado 19 de abril, en el cuarto y último día de su visita a Alemania. El Papa, que según los analistas ha superado con éxito el test del baño de masas de la Jornada Mundial de la Juventud, ha seguido la senda de su predecesor, Juan Pablo II, pero ha situado la profundidad del mensaje por encima de los gestos mediáticos. Desde esta lógica, Joseph Ratzinger destacó ante los jóvenes la paradoja que representa el hecho de que el mundo actual convive "un extraño olvido de Dios junto a un boom de lo religioso" y advirtió del riesgo de que la religión se convierta en un producto de consumo.

El discurso de Benedicto XVI, sin concesiones a la galería, se dirigía a los jóvenes católicos que serán protagonistas del tercer milenio. A ellos les pidió que desechen una religión a medida y les alentó al compromiso con la propia fe y hacia las necesidades del prójimo: "No debemos abandonar, por ejemplo, a los ancianos en su soledad; no debemos pasar de largo ante los que sufren. Es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás". El Papa, que anunció que la próxima Jornada Mundial de la Juventud se celebrará en el 2008 en Sydney (Australia), ha dado ya instrucciones a los organizadores para que piensen en un formato más reducido que permita el diálogo directo y el debate con los jóvenes.

Ya en esta visita a Alemania - la primera fuera de Italia de su pontificado- Benedicto XVI ha situado el diálogo interreligioso como prioridad, en un intento de reanimar el espíritu de Asís que alumbró Juan Pablo II en los encuentros con dirigentes de distintas confesiones en aquella ciudad italiana. La histórica visita del viernes a la sinagoga de Colonia y sus posteriores reuniones con representantes de la Iglesia protestante y la comunidad musulmana de Alemania se enmarcan de lleno en esa dirección. El nuevo Papa, pastor y sólido teólogo de formación, ha situado la libertad, el pluralismo y la tolerancia en el centro del debate, en un mensaje que no debe ser interpretado sólo en clave religiosa sino también secular.

En su visita a la sinagoga de Colonia, destruida por los nazis y reconstruida en 1959, lanzó un mensaje que puede ser compartido por todas las personas de buena voluntad y, en particular, por las tres religiones monoteístas hijas de Abraham: "Ante Dios, todos los hombres tienen el mismo valor y la misma dignidad, sea cual sea el pueblo, la cultura o la religión a los que pertenezcan". El testimonio del Papa alemán, que conoció el delirio de las juventudes hitlerianas, tiene una singular relevancia al producirse en el 40. º aniversario de la adopción por el Vaticano II de la declaración Nostra Aetate,que condenaba toda forma de antisemitismo. Ratzinger reafirmó ese compromiso de la Iglesia católica en un momento de auge de actitudes xenófobas y antisemitas y apeló a la responsabilidad de los adultos para transmitir los valores de tolerancia y respeto mutuo como antídoto a la barbarie.

El firme compromiso por el diálogo interreligioso es el que permitió a Benedicto XVI apelar también a la responsabilidad de los dirigentes de la comunidad musulmana alemana - la mayoría de origen turco- para combatir las tesis del islamismo integrista en favor del terrorismo: "Vosotros guiáis a los creyentes del islam y les educáis en la fe musulmana. La educación es el vehículo a través del cual se comunican ideas y convicciones. La palabra es la vía maestra en la educación de la mente. Vosotros tenéis, por tanto, una gran responsabilidad en la formación de las nuevas generaciones".

El Papa, que reconoció que el respeto mutuo no siempre ha presidido la relación entre musulmanes y cristianos, dijo que el recuerdo de las guerras de religión debe "llenarnos de vergüenza". Un mensaje sólido y profundo que evidencia que Benedicto XVI está en condiciones de mantener el liderazgo espiritual de la Iglesia católica en la Europa y el mundo del siglo XXI. Así lo reconocieron los representantes protestantes con los que se reunió al destacar su apuesta por el diálogo ecuménico y el hecho de que su origen alemán hace que conozca a fondo la división entre los propios cristianos. "Juan Pablo II venía de un país unánimemente católico (Polonia) y tenía otras preocupaciones en su agenda", confesó uno de ellos, en alusión a la necesidad de acabar con una Europa fracturada entonces por el comunismo. Ahora, en la posguerra fría, el diálogo interreligioso es la prioridad de su sucesor.

Nuevos jóvenes en la vieja iglesia

ABC


ESTOS días de Agosto he recordado un hecho sorprendente del curso pasado. Fue una conversación que mantuve con varios alumnos a la salida de clase sobre el significado social de la figura de Juan Pablo II. No me podía imaginar el interés con el que habían seguido las últimas semanas de su enfermedad y la curiosidad que habían mostrado en el cónclave del que salió elegido el cardenal Ratzinger como Benedicto XVI. Era la primera vez que un grupo de universitarios con apenas veinte años mostraba un interés tan explícito por las cuestiones religiosas.

En aquella conversación, algunos me dijeron que se estaban preparando para viajar a la Jornada mundial de la juventud que se celebraría este año en Colonia. Quise hacerles ver que las Jornadas mundiales de la juventud no eran sólo peregrinaciones religiosas de jóvenes sino acontecimientos sociales veraniegos donde no siempre estaban claras las motivaciones religiosas de los participantes. Me contestaron que eso les daba igual, que les resultaba atractiva la posibilidad de encontrarse con el nuevo Papa y, sobre todo, la posibilidad de compartir su experiencia religiosa con jóvenes de otros países.

Seguí persuadiéndoles con la intención de aplicar el principio de sospecha ante lo que parecía ser una religiosidad ocasional y epidérmica. Les advertía que unos estudiantes de Filosofía como ellos debían ser más críticos con los fenómenos religiosos de nuestro tiempo para distinguir lo esencial de lo accidental, lo religioso de lo folclórico, lo espiritual de lo comercial, lo profundo de lo trivial, lo real de lo virtual. Me agradecieron estas advertencias y llegó un momento en que me dijeron que cortara el rollo y no insistiera, que por mucho filósofo de la sospecha al que yo acudiera no conseguiría que desistieran de su interés por el viaje a Colonia.

Poco antes de terminar aquel animado encuentro, dos alumnos se atrevieron a expresarme una idea que el resto del grupo asintió de inmediato. Confesaron que no se identificaban como practicantes de ninguna religión y lamentaron las pocas posibilidades de formación religiosa que les ofrecían las universidades españolas. Uno de los que hablaba había hecho algún curso anterior en una universidad privada y también avalaba el juicio de su compañero. Me atreví a responderles diciendo que se implicaran más en la reforma de los planes de estudio y plantearan en los correspondientes órganos de representación asignaturas y créditos de libre configuración que incluyan materias de áreas de conocimiento como Teología, Filosofía de la religión, Fenomenología o Historia de las religiones.

Aunque no les pareció mal la propuesta, prefiero no decir en público lo que me dijeron de sus representantes. Me limité a insistirles y recordarles que cuando el índice de participación de los estudiantes en las elecciones de la universidad apenas llega al 1 por ciento es porque algo serio está pasando. Creí que la conversación se iría por otros derroteros pero uno de ellos me dijo que tanto la universidad como la iglesia les parecían instituciones viejas pero útiles, que se servirían de ellas en la medida en que respondieran a sus intereses pero que no les preocupaba para nada su reforma.

Me acordé entonces de los últimos informes de la Fundación Santa María sobre los jóvenes y la religión, donde se describe la evolución de la religiosidad en las nuevas generaciones, se analiza cómo había descendido la identificación de los jóvenes con la iglesia y se dejaba claro que el 35 por ciento de los jóvenes que se declaran católicos se muestran indiferentes ante la institución eclesial. Cabe una lectura pesimista de estos datos lamentando el bajón en la identificación de los nuevos jóvenes con la vieja iglesia, incluso cabe una lectura optimista felicitándose porque el aumento de la indiferencia no se haya traducido en agresividad o resentimiento hacia ella.

Pero también cabe una lectura realista cuando descubrimos que la indiferencia ante la iglesia no es una indiferencia ante los fenómenos religiosos de las sociedades secularizadas. De la misma forma que el significado de Juan Pablo II desbordó a la propia iglesia católica o la elección de Benedicto XVI no fue sólo un acontecimiento eclesial, la religiosidad de los nuevos jóvenes es fenómeno que no se puede perder de vista desde la vieja iglesia. Ahora que ya han confirmado su viaje a Colonia más de 30.000 jóvenes españoles y se espera llegar a los 50.000, la iglesia y quienes tenemos alguna responsabilidad educativa deberíamos hacer un pequeño análisis por la escasa credibilidad que despiertan nuestras instituciones.

Probablemente, los nuevos jóvenes quieren una religiosidad más expresiva, celebrativa y comunicativa. Y no se trata de una religiosidad estrictamente lúdica o festiva porque sigue siendo el factor determinante en las prácticas de voluntariado y la militancia por una justicia social global. Cuando la iglesia y los educadores siguen presentándoles una religiosidad prosaica, normativa y nostálgica quizá sea porque han olvidado el texto del evangelio de Mateo donde Jesús pedía a sus discípulos que espabilaran de una vez y no cometieran el error de meter vino nuevo en odres viejos.

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