lunes, 16 de abril de 2012

El Rey

Alfonso Ussía
La Razón

Salgo en defensa del Rey porque hoy su defensa no es empresa fácil. Una malísima anécdota no puede enturbiar un reinado admirable. Inoportuno viaje a Botswana; inoportuno ocultamiento y una inoportuna caída. Lo último –exceptuando el dolor físico del Rey que se une al anímico que con toda seguridad siente–, es lo menos importante. En los últimos treinta años hemos amanecido en muchas ocasiones con el Rey lesionado. Eso se cura. En efecto, un año horrible para la Familia Real que no para la Corona. Para las personas, que no para la Institución. Para el presente demagógico, que no para un pasado rebosado de aciertos y permanentes servicios a los españoles que parece destinado a habitar la desmemoria.El Rey se ha equivocado viajando a Botswana en los presentes momentos. Pero el Rey ha acertado en centenares de ocasiones y nadie ha aplaudido sus aciertos, entre otras razones, porque una buena parte de su labor y de sus gestiones no alcanzan el dominio público. En las redes sociales se frotan las manos los recalcitrantes republicanos. No. La Corona en España cuenta con un apoyo abrumadoramente mayoritario y no va a resignarse por unos elefantes de Botswana. Otra cosa es que, al fin, por reiteración, el Rey se aperciba del efecto contagioso de alguna mala compañía. Porque quien perjudica al Rey camuflado en la amistad, está perjudicando a todos los españoles. Y el Rey se debe liberar de quien tanto le perjudica. No es fácil hacer comprender a mucha gente que los errores de las personas no pueden confundirse con errores institucionales. En tal caso, los aciertos del Rey serían sólo suyos. En tal caso, lo de los elefantes en Botswana en momentos tan inapropiados sería una levísima mancha en comparación con los logros y aciertos acumulados durante sus 37 años de reinado. No es justo que un error del Rey sea un error de la Institución que ha elevado hasta el máximo su prestigio, gracias a los buenos actos del mismo Rey. No tiene justificación amable el viaje en secreto del Rey a Botswana. Pero tampoco puede convertirse en una acusación resentida y lejana a la reflexión. Me consta que el Rey ha pasado por una época en la que ha tenido que enfrentarse, física y anímicamente, a muchas contrariedades. Me preocupa más su ánimo que su físico, que está todavía preparado para experimentar nuevas fracturas de huesos, porque en ese aspecto, el Rey no ha sido nunca prudente. Y no me uno a quienes desean adelantar el curso de los acontecimientos. Un Rey de verdad, se muere Rey. Todos aquellos españoles que guarden un espacio para la gratitud, tenemos que ayudar, apoyar y estar junto al Rey. Y junto al Príncipe, clave de nuestro futuro. Esto no puede irse al carajo por unos elefantes. Pero insisto. Ayudar al Rey no es cerrar los ojos ante los errores del Rey como persona. Ayudar al Rey es, incluso, perder su afecto como consecuencia de la sinceridad. La sinceridad es uno de los elementos de la lealtad bien entendida, no el único, pero sí fundamental para intentar comprender su significado. Lo escribe el hijo de un padre que vivió siempre al lado del Rey que no iba a serlo, y por ello, liberado de toda suerte de intereses y privilegios.

Defiendo al Rey porque creo en su persona y en la Institución. España necesita la figura del árbitro que concilia los enfrentamientos, cada día más ásperos. Defiendo al Rey porque lo admiro y respeto. Ha sido uno de los grandes Reyes de nuestra Historia. Pero se acabó el silencio. El Rey, la Institución y la unidad de España no están seriamente amenazados por los republicanos y los sesgados. Están principalmente amenazados por un amigo del Rey con nombre de calle madrileña que mucho bien nos haría a todos renunciando a su alta amistad. El proveedor de elefantes y otras cosas.

Pero con el Rey y junto al Rey, a muerte.

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