miércoles, 26 de septiembre de 2007

Defensa de Rey

La Vanguardia 

 

La quema de una fotografía de los Reyes en Girona durante un reciente acto de carácter independentista ha provocado una cierta sacudida en la opinión pública española. El incidente, como es sabido, se ha saldado con la identificación de uno de los dos individuos encapuchados que quemaron la foto de los Reyes, y su posterior comparecencia ante la Audiencia Nacional. Tras prestar declaración ante el juez Santiago Pedraz el pasado viernes, el citado joven ha quedado en libertad y sin cargos.

 

Decíamos que el incidente ha tenido impacto en la opinión pública española, poco acostumbrada a asociar Catalunya con imágenes de alta agresividad política, pese a las turbulencias, las tensiones, los gestos desconcertantes de muchos políticos catalanes estos últimos años y la fortísima y condenable espiral demagógica puesta en marcha contra el nuevo Estatut desde significadas instancias políticas y mediáticas de Madrid. Es misión exclusiva de los jueces determinar si la quema de la citada foto constituye un delito de injurias. E incluso puede ser recordada una sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos a raíz de la quema de una bandera norteamericana, que concedía prioridad a la libertad de expresión por encima de la destrucción simbólica de un símbolo nacional materialmente reponible.

 

Pero no estamos sólo ante una cuestión de orden penal. Punible o no, la quema de una bandera, o en el caso que nos ocupa, de una fotografía de los reyes de España, es un acto de significado político, ante el que no cabe la fácil indiferencia. Una sociedad dinámica, una sociedad políticamente madura, lo somete todo a discusión: lo que hacen los de arriba, pero también lo que hacen los de abajo; lo que hacen los gobernantes y también lo que hacen los gobernados, sobre todo cuando un sector de éstos, por muy minoritario que sea, decide pasar a la acción con lenguajes radicales.

 

Creemos que hay demasiado silencio acomodaticio en Catalunya. Hay un imperio excesivo de lo políticamente correcto,bajo la facilona premisa de que la sociedad catalana es más virtuosa y templada que el ruidoso y abrupto avispero madrileño. La templanza es buena, sin duda alguna. Pero hay silencios que chirrían. Hay, en algunos momentos, indicios de una preocupante cobardía.

 

El Rey debe ser defendido, por lo que es y por lo que representa, para España y Catalunya. ¿Alguien en su sano juicio - no un demagogo, no un agitador, no un oportunista- está excitados en Girona. Y a nadie escapa que en determinados círculos de Madrid, poco sospechosos de izquierdismo, bullen desde hace tiempo algunas fantasías republicanas, fantasías de una república presidencialista y neocentralista.

 

Es obligación política y moral de las fuerzas centrales de Catalunya - políticas, económicas y culturales- saber defender con mayor vigor las ideas y los intereses compartidos por las franjas más amplias de la ciudadanía. La mayoría social debe tener voz y la plaza pública no debe ser cedida ni a radicales, ni a majaderos.

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